domingo, junio 01, 2014

"A veces leer libros se parece a una enfermedad mental" - Una entrevista con JUAN TERRANOVA (segunda parte)


(Segunda parte de nuestra entrevista con el escritor argentino Juan Terranova. Pueden encontrar la primera parte AQUÍ)

- Me sorprende la progresiva depuración de tu estilo. Entre “Los amigos soviéticos, que es una novela más fragmentada y con más referencias externas a la trama en sí, pasas a la elegancia de “El Vampiro”, con un estilo clásico, que parece diseñado para no estorbar al lector. ¿Cuánto hay de esfuerzo en esa dirección y cuanto de decantación natural del estilo…?
Bueno, soy muy disperso en mi forma de trabajo. Y no tengo un estilo, o al menos no tengo una meta estilística. Leo a Juan José Saer, a Onetti, y veo esas novelas tan buenas y tan claramente unidas por un estilo, por un ethos... Luego miro el estante de mis libros y lo que veo, bueno, es cualquier cosa, un rejunte de temas, un pastiche de formas y contenidos. Lo sufro. O al menos no es algo de lo que me sienta orgulloso. Pero aprendí a convivir con eso. Y cada tanto le encuentro algo de lógica a ese caleidoscopio caótico de maneras de leer y escribir. Hasta ahora, siempre que escribo me dejo arrebatar por lo que voy a contar y entonces la forma de escribir termina estando a disposición de lo que voy a contar. Cuando hago ensayo, cuando argumento, ahí sí aparece algo más homogéneo, algo más parecido a una voz propia... Dicho esto, creo que el salto de Los amigos soviéticos a El vampiro es una salto hacia a atrás y de espaldas. No hubo intención y ahora volví a narrar de forma fragmentaria. De hecho, mantener todo ese mundo que imaginé más o menos unido me costó demasiado sudor y lágrimas. No soy de escribir catedrales –quizás sí de imaginarlas– y no sé si lo volvería a hacer. Escribí solo dos novelas largas y la pretensión wagneriana de El Vampiro me dejó exhausto. Por otra parte, si no hay dinero de por medio y lo que manda es el deseo, lo que emerge es la fragmentación. Si los editores me pagaran mejor, quizás intentaría seguir con las Walkirias del sur, por ahora creo que me quedo en el lodo disolvente de los humedales porteños.
- Pareces interesado por argentina como lugar al que afluyen corrientes distintas. Hablas de los formalistas rusos y de una familia rusa que quiere eludir la guerra de Chechenia, pero ambos acaban en Argentina. Hablas del tsunami japonés, pero uno de los protagonistas del cuento desea huir también a Argentina. Hablas de Alemania pero aquí (allí)… ¿Hasta qué punto la personalidad misma del país está marcada por haber sido un país de constante recepción de emigrantes de diversos puntos del mundo?
Pero... ¿Cómo dejar atrás ese lastre, esa brújula? La literatura argentina es un juguete caro. La Argentina es un lugar carísimo. Lleno de posibilidades pero sin forma, y la forma, lo sabemos, lo decía Valery, lo sabía Barthes, lo explicó Gombrowicz, la forma es cara. Hace unos días terminé de leer una biografía de Curzio Malaparte, muy buena, francesa, bien hecha. Mi conclusión fue un apresurado pensamiento de retorno. Quiero volver a Italia. Mi padre vino de Consenza a los dos años, toda mi familia vino de allá, y ahora mueren y los entierran aquí. Y yo tengo mis raíces en Europa y mis muertos en América, y mis hijos son argentinos. Y a veces tengo ganas de volver, enderezar la historia y que este lugar haya sido un momento nada más. Yo escucho Schubert viendo el Rio de la Plata y siento la voz de los adelantados que descubrieron esta naturaleza llena de humedad. Para Cervantes la humedad daba locos. Volver, volver, ¿volver a dónde? ¿A la Europa indiferente y estilizada del silgo XXI? ¿Volver al pueblo de los Terranova, a San Marco en las montañas? ¿Volver a Cosenza? ¿Volver a Napoli? ¿A Roma? ¿Volver a París? Dios mío, hablo y escribo mucho mejor el francés que el italiano. Mi italiano familiar suena al desastre de la Segunda Guerra y cualquiera que haya leído la literatura argentina sabe que la lengua de la pampa es el francés. Hacia el sur de la provincia, el danés o el holandés. Hacia el norte del litoral, el piamontés. ¿Volver a París? ¿A la meseta castellana? Inmigrantes hay en todos lados. En la Plaza Cervantes de Alcalá de Henares, una vez hablé en inglés con un hombre que vendía flores. Era de la India. Creo. Le compré una rosa. Quiso saber de dónde venía, porque se dio cuenta que no era español. Le dije que venía de Argentina. Y le iba a contar que... Pero no me escuchó porque pasaron dos mujeres de cierta edad con una cámara de fotos y se fue hacia ellas con tal violencia que las asustó. Esto era en el 2009. Escribí un libro en Alcalá. Se llama Diario de Alcalá. No me esmeré con el título.
- Decía un teórico a principios de los sesenta que la gran preocupación de la literatura de su época era la espiritual. Posteriormente, probablemente fue la discusión sobre la libertad personal. A mí me da la impresión de que actualmente el problema central es la identidad. El “¿Quiénes somos?”. ¿Qué opinas? ¿Es una pregunta a la que tú hayas intentado dar respuesta?
Mi identidad hoy tiene que ver con Internet. ¿Dijo o no dijo Luis XIV “L'etat c'est moi”? Luego Rimbaud dijo “Je est un autre”. Pero el gabacho que mejor estuvo fue Flaubert, bigote pillo, que sin que se le moviera un pelo, mandó “Madame Bovary, c'est moi.” Nosotros todos somos un pequeño, un ínfimo pedazo, un punto, un pixel, en el entramado de la web.
- Has declarado en alguna parte tu interés por la época de los Habsburgo, e incluso en “El vampiro…” citas el tema de pasada. Sin duda la saga real más interesante de España desde un punto de vista clásico o posmoderno, y también desde el punto de vista fantasmagórico de la sangre, la morbidez, la disolución, la decadencia, etc… ¿Hay cosas en ella que te parezcan relevantes y conecten con nuestro tiempo de alguna manera?
La historia española me atrae mucho. Game of Thrones es un juego de mesa para días de lluvia al lado de la lucha de casas que hubo en España. Luego está ese libro bendito de Dios, Gárgoris y Habidis de Fernando Sánchez Dragó. Nosotros tenemos un ensayista similar, místico y racionalista a la vez, Ezequiel Martínez Estrada. De alguna forma ellos mismos son los que nos dicen que esos libros largos, farragosos, imprecisos, cometen el error de la identidad. ¿Querés una escena peripatética? A fines de los años noventa, soy estudiante y, agotado de teoría francesa, leo el segundo tomo del Manual de Historia de España de Pedro Aguado Bleye en la zona de referencia de la biblioteca de mi facultad. De golpe, se corta la luz. Toda la sala de lectura se queda a oscuras. Alguien dice que llega un fantasma. Alguien se ríe. Cuando vuelve la luz, Carlos II todavía seguía ahí.
- En “El vampiro…”, hablando del bicentenario y de un discurso al respecto se dice: “El discurso sonaba homogéneo, rancio, demasiado transitado. Pero nada es demasiado transitado para el Reich. Su capacidad para repetirse y ser siempre el mismo es infinita”. Trabajas bastante en el libro con esas afirmaciones polivalentes, que sirven lo mismo para el Reich del que hablas que para situaciones actuales. ¿Cuál sería pues, la distancia entre un Reich de ese porte y el actual –supuesto- estado totalitario en proceso?
En La conjura contra América, Philip Roth especuló con un Franklin Delano Roosevelt derrotado en las elecciones presidenciales de 1940 por Charles Lindbergh. Estados Unidos toma así una posición aislacionista, Alemania gana la guerra y el mundo se vuelve un poco más antisemita. La novela apareció en el 2004 y la tentación de leer analogías con Bush ganó mucho espacio. Era la pregunta obligada en las entrevistas, el principio de la la lectura. Pero si la novela se reduce a esa coyuntura se empobrece. Con mi libro, que no es tan bueno como el de Roth, mi intención no era tanto señalar o denunciar el alzamiento de un Estado orwelliano universal sino como el sistema totalitario nacionalsocialista –pintado siempre como lo malo y lo temible– se podía parecer al Estado de derecho que tenemos hoy. Al final lo que hice fue un ejercicio más bien clásico de relativismo político. Luego podemos decir que, después de la caída de la Unión Soviética, el comunismo tiene todavía una última sorpresa para Occidente con China. Lo sabemos hace tiempo, China will come. Ahora lo empezamos a ver. Pero la dominación china primero va a ser industrial y después va a atravesar por un proceso de revuelta capitalista, alguna guerra o algo así. ¿Cuánto falta para eso? Ni idea. Pero sé que ahí hay también un par de buenas historias.
 
- El vampiro es una novela de hombres, y de hombres solitarios. Sin embargo sobre la escena final, quizá la más abiertamente poética dentro de un libro poco lírico, sobrevuela el fantasma de la mujer de Bravard… ¿Qué importancia le das a esa presencia?
Esta es una pregunta muy rara. Quizás ahí se me escapó una oportunidad de hacer algo más con la novela. ¿Cómo sería el rol de una mujer en una Argentina nacionalsocialista?  Había ahí una punta para desarrollar las fantasías más acaloradas del feminismo contemporáneo. No la vi.
- Yo encuentro adecuado que en el libro haya cosas que no se expliquen, como que Wasserman pueda matar a un perro con la mente; cuadra con mi gusto por lo inexplicable. Sin embargo, el canon actual, en el que todo tiene que funcionar como un mecanismo de relojería, quizá lo deplore…
En las extensas aguadas de la provincia de Buenos Aires matamos toda clase de animales con la mente. La relojería la dejamos para los suizos.
- Me gustaría que me aclarases un poco lo que quiere decir la siguiente conversación: -“Masoquismo ritual” – “Lo produce la cultura argentina”.
No hay mucha explicación. Nos gusta el vértigo del dolor. Pero bueno, ¿a quién no? Quizás a diferencia sea que en la Argentina es un ritual cíclico. Y eso más allá de los nazis y todas mis patrañas de fantaseador.
- Empiezas un cuento de “El batacazo” con una buena definición de lo que nos pasa a muchos: “Bueno, para empezar tengo que decir que en mayo del 2010 tenía problemas de dinero. No me creo excepcional por eso. Todos los escritores, periodistas, profesores y poetas más o menos lúcidos, más o menos neuróticos, tenemos problemas de dinero, los tuvimos y los seguiremos teniendo. En mi caso, para el Bicentenario de la patria, ya había cumplido treinta y cuatro años y seguía ganando lo justo. Escribía para revistas, hacía periodismo, daba clases, y cada tanto publicaba algún libro. No era una mala vida. No me podía quejar. Tenía mucho tiempo libre. Con todo, a veces no lograba reprimir una mueca de disgusto. El romanticismo había pasado. La juventud, los bares, la bohemia, comer de prestado, perder una noche en un bar hablando con un borracho, pensar la nueva novela completamente original…”. ¿Cuál es o fue tu postura ante esa realidad? Creo que no es un tema despreciable en tanto en cuanto a mucha gente de nuestra generación, criados en la expectativa de grandes cosas, les produce una frustración importante que a veces no saben superar…
No, no lo es. Necesitamos escribir sobre eso. No es que no sea haya escrito sobre la pobreza material de la vida intelectual pero estaría bien ir poniendo más en su lugar el tema del saber porque en el siglo XXI hay saberes que ya son caducos y hay trabajos que ya no existen. Por ejemplo, el periodismo. No, hijo mío, el periodismo se fue y nunca va a volver. La verdad es que desde hace veinte años no hago más que estudiar y siento que toda esa fuerza de concentración, todo ese empeño, me dio mucho placer en diferentes planos, me formó, me hizo feliz también, acaso, pero me empobreció irremediablemente. Leer libros en sí mismo no es un acto positivo. A veces se parece a una enfermedad mental. En Buenos Aires, ya lo dije, uno escribe por gratificación narcisista. Y luego se ve de dónde se saca el dinero para vivir. Eso genera mucha esquizofrenia, mucha inseguridad y muchas peleas por migas. Para subsistir hay que ser astuto y aprender antes que después la sintaxis y el vocabulario de la hipocresía. Y pese a todo, en estas tierras, no es la esperanza lo último que se pierde sino la ingenuidad.
- ¿Crees que el escritor es un hombre de acción frustrado? ¿Hay una nostalgia de la acción en el escritor?
Cuando cumplí la mayoría de edad, me fui a Europa en el viaje iniciático que todo pequeño intelectual argentino hace en algún momento. Fue un buen viaje, un poco atolondrado por mi edad y mi desconfianza natural, pero tengo buenos recuerdos. En esa época era ingenuo y valiente. En París, viví con Flavio, un carioca, muy elegante y formal, que estudiaba para ser diplomático de carrera. Un tarde de noviembre salimos a pasear por el Quai de la Seine con dos amigas rusas. Las rusas se reían porque no entendían bien de qué lugar del mundo éramos y cuál era la relación entre Brasil y Argentina. Tomábamos vodka y café y mirábamos el agua y la ciudad. En un momento, empezamos a hablar de conocer más el mundo. ¿Moscú? No, más allá. ¿Los Montes Urales? No, no, más allá. Ir a China, a Tailandia, al Pacífico. Flavio dijo que en esos lugares no había civilización. No lo dijo con esas palabras, no se las habría permitido. Pero lo dio a entender con mucha precisión. Acto seguido, empezamos a buscar una oficina de reclutamiento de la Legión Extranjera. Yo tenía mis dudas de que existiera todavía la Legión Extranjera. Para mí era algo de las películas y de las películas viejas.  Flavio me decía “poeta”, porque pensaba que un literato era necesariamente un poeta y también porque en Rio se usa “poeta” para saludar a alguien en la calle. “¿Cómo va, poeta?” Es tan irónico como elogioso. “A ver, poeta, ¿quién se anima a meterse en la Legión y partir hacia la Indochina?” Al final, no sé cómo, llegamos a una comisaría. Las rusas ya no estaban con nosotros. Se había hecho de noche. Me acuerdo que me llamó mucho la atención que esa comisaría parisina se pareciera tanto a una comisaría porteña. Había máquinas de escribir, paredes pintadas de color celeste, uniformados con sobrepeso y cara de dormidos. Una mujer que atendía en un mostrador de fórmica blanca nos señaló una puerta. Al costado de la puerta, pegados en la pared, había unos folletos con fotos de soldados que parecían ninjas modernos arriba de un bote de goma. Era la oficina de reclutamiento. Probamos de entrar y la puerta estaba cerrada. Nos fuimos. Unos días después, almorzando en la Ciudad Universitaria, le conté a un colombiano esa excursión. Le pareció peligroso. Me dijo que si te enrolabas te daban la ciudadanía francesa pero después de tres años de servicio... Yo no lo había pensado. Lo tomaba como una excentricidad, había sido casi como ir a un museo... El insistió. Muy peligroso. Le dije que estábamos borrachos. “Peor –me respondió–, te hacen firmar el alta y listo, ya está.” La palabra me detuvo: ya está. ¿Qué era lo que ya estaba? Era otra vida. Firmabas y quedabas enrolado y comprometido por dos o tres años a servir a Francia. ¿Qué habría pasado si la oficina hubiese estado abierta? Terranova legionario. Tenía la edad adecuada. Tenía la preparación física y mental. Habría sido un buen legionario, criterioso, eficiente... Pero no, quería terminar de leer el Quijote, armar una biblioteca mental que ya tenía diseñada, tenía que escribir, desarrollar mi capacidad de argumentación. Pero a veces, cada tanto, pienso en esa puerta cerrada de la Legión. El año que viene cumplo cuarenta años y ya no voy a poder enrolarme. Lo estoy viendo en Internet. Para ser parte de la Legión hay que tener entre diecisiete y cuarenta años...
- En “La sangre de España…”, donde ya esbozas el tema del vampirismo, el de los zombis y el de los Austrias, y que me parece un cuento muy logrado, dices: “En la pampa la situación era mucho más simple: un hombre valía un hombre. No había reyes, ni cortesanos, ni cerdos metiendo el morro en la mierda”. Se plantea la Pampa como última frontera de libertad no cuadriculada ni parcelada, un poco como se refleja en muchos westerns con el Oeste Americano. Yo siempre reflexiono sobre el tema, y me da la impresión de que la búsqueda de esa frontera, de ese territorio aún no controlado, de libertad, ha pasado de ser física a ser mental. ¿Qué opinas?
Bueno, las llanuras del sur y del norte se parecen. El cowboy y el gaucho se parecen también, son como primos lejanos que se reconocerían en pequeños detalles, supongo. Aunque unos eran de clara extracción protestante y los otros, una mezcla de catolicismo y pragmatismo. La literatura argentina desarrolló una amplia reflexión sobre la escritura de frontera, el desierto, la línea de la civilización y el otro como indio. En la larga discusión que se da en esas descripciones muchas veces la frontera no es física ni mental, sino apenas lingüística. Con respecto a lo mental, ahí la permeabilidad es total. Nada choca contra nada. La idea de que la frontera pasó a ser mental me resulta más primermundista, y muy poco americana. En América las fronteras pueden ser permeables y móviles pero siguen teniendo una buena cuota de dolor, extensiones deshabitadas, espejismos y monstruos.
 
- Me gusta el cuento que habla de Cesar Aira, aunque sea intraliteratura, crítica y retrato. ¿Crees que un gran cuento debe ser universal? ¿Crees que debe poder entenderlo cualquiera?
No tengo prerrogativas sobre el tema. Cuando narro, narro para mis amigos, para los que sé que van a ser mis lectores. Si ellos me entienden, sé que voy bien. Vonnegut tenía esa frase que era como un consejo: tenés que contar tu historia para una o dos personas, porque si abrías la ventana y se la contás al mundo, el mundo no te escucha y encima te resfriás. 
- “Para que una obra nos guste lo que termina importando es la calidad de sus infracciones…” ¿Cuál crees que es la calidad de las tuyas?
Como ya dije creo que hay algo del pastiche, del abandono de un estilo único.
- “Dos rusos cruzando argentina en un taxi”, imagen melancólica, violenta y hermosa. ¿No pensaste nunca en convertirla en una novela?
Bueno, si te tengo que ser sincero, Luis, todo me parece motivo para pensar en una novela. Todo: una frase, una sensación, el feminismo, un libro, una biblioteca, una mujer, un comentario, una cuenta de Twitter, un hueso roto, Roland Barthes, el manubrio de una bicicleta, un mensaje de un amigo, unas hojas subrayadas, el hijo de Roberto Arlt, las apariciones televisivas de Camilo José Cela, un viaje que no sale, una computadora vieja... Siento que de todo se puede sacar una novela. Antes era peor aún porque intentaba escribirlas. Hacía listas con sus títulos, hacía esquemas, planes, abría archivos de word, escribía una carilla, y luego eso traía una descompresión y ya no pasaba nada más. Ahora apenas las fantaseo, me resisto, y si la idea insiste en mis apuntes o en mi cabeza esos materiales terminan cayendo en mi diario de lecturas, una columna semanal que vengo haciendo hace años en Hipercritico.com.
- Partiendo de la hipótesis de que todo buen escritor se encuentre en una frontera, en un punto de quiebra, en una falla, en una trinchera, si se quiere… ¿cuál sería la tuya?
No sabría que responder. Creo que cada libro que escribo y también mi periodismo intentan dar una respuesta a esa pregunta. Me gusta leer el poema conjetural de Borges a veces en clave de crítica literaria, de la aventura de la crítica. Es tensionar demasiado, lo sé. Pero los caudillos son la cosa, la experiencia, la vida en sí, y Laprida, padre de la independencia argentina, asesinado por la montonera, es la crítica, el esfuerzo, la demanda, la argumentación, los libros, todo aquello que es derrotado por la fuerza de la experiencia. ¿Muy romántico? Es posible. Pero el júbilo secreto del crítico que pierde, que se sabe un burócrata de las emociones, la contención y la opinión, genera ese jubilo secreto, ese narcisismo que también es vital. Si el destino sudamericano es la crítica, la crítica que da la pelea, y pierde, la crítica que se inmola, que es asesinada por la cosa, entonces posiblemente mi trinchera sea la crítica, ese vicio, esa lucidez, esa oscuridad. Mi situación periférica en un campo cultural barbarizado lo confirmaría de alguna manera. Consciente de eso, me interesa defender, así y todo, el arte de la argumentación, la crítica y su función, el ensayo como género y su hibridación con la novela. La trinchera del periodismo entendido como intervención en el debate de las ideas me interesa mucho. En ese sentido, mi trinchera hoy sería la RevistaPaco.com.
- Uno de los cuentos que más me gustaron, porque me pareció muy poderoso, fue “La masacre del equipo de Vóley”, pese a que no soy muy fan del tema zombis (más del tema Vóley). Creo que ahí está ya algo que sigues cultivando después, como es el uso de los espacios que son simbólicos para nuestros contemporáneos (en este caso el campo de fútbol) para cosas muy alejadas de su uso y sentido originarios. También me interesa toda esa reflexión de fondo sobre los medios de comunicación, los “realities”, etc...
Quería escribir sobre zombies pero no como algo que resultara una amenaza, sino parte de la rutina. Al final creo que nosotros somos el virus. Nada parece detener al hombre, a ese mamífero que ama y piensa y que dice haber desarrollado “conciencia.” Los políticos no son devorados por mutantes de caras descompuestas. Nos encantaría, pero no hay recorridos por ciudades desiertas, autopistas colapsadas ni campamentos con sobrevivientes. Nadie pelea con un machete por su vida ni revuelve comercios saqueados en busca de una lata de arvejas. El hombre sigue siendo el lobo del hombre de su forma menos frontal. La burocracia nos consume. El monstruo continúa en el espejo o en la pantalla. Los zombies pierden. Nosotros ganamos. Sobre eso quería escribir. Quería fijar posición y decir que nuestra miserable neurosis, nuestra paranoia, nuestra esquizofrenia final triunfa siempre sobre los zombies.
- “El dueño de la casa era un artista plástico varado en algún punto intermedio entre los suplementos culturales, su neurosis, su ano y la década de los ochenta”. ¿Podemos considerarlo una definición de un “grupo” social actual?
Desde luego, los que fueron jóvenes anales en la década del ochenta hoy son cincuentones operativos del mundo cultural. Me pregunto qué cuatro puntos cardinales me tocaran a mí. La música pop y su seducción podrían ser uno. Las pretensiones ya obsoletas de las vanguardias artísticas del siglo XX podrían ser otro.
- ¿Por qué eliges el zoo de Buenos Aires para una de las escenas finales de “El Vampiro”?
Joder, porque me encantan los zoológicos.
- “En Argentina tenemos un auge de redes sociales. Ahora, España necesita una purga de novelistas viejos. Que los viejos escriban poesía o se quejen en los diarios, pero no los dejen seguir metiendo sus problemas de próstata y su neurosis en novelas que no le interesan a nadie”. ¿Cómo se purga a los novelistas viejos? Vendrían bien un par de ideas…
Creo que la mejor forma es escribir acerca de sus libros. Si se mueren, enseguida se canonizan. Así que la mejor forma es leerlos y empezar a señalar lo obsoletas que pueden resultar sus prácticas.
- “El blog no termina de afectar al lenguaje como lo hacen los comments”, has dicho. También has dicho: “una novela escrita, construida, a partir del género ‘comment’ sería una novela ácida, con una trama de equívocos y malentendidos, una novela de tesis muy cercana al aforismo negativo y a la crítica literaria. También una novela del ruido”. Suena bien. ¿La harás o la época del “comment” ha pasado ya?
El comment era tan vivo y ágil y atractivo que se independizó y formó su comunidad, que es Twitter. Sin las notas que lo coartaban, ahora vuela con sus propias alas. Twitter me resulta un lugar de mucha intensidad. Como me dedico a leer de manera profesional a veces siento que estoy entrando en una habitación llena de gente con gafas para ver a la gente desnuda. Otras veces solamente siento que se trata de una novela coral pensada por James Joyce y Leopold Von Sacher Masoch. La novela del Último Gran Fluir de la Conciencia Colectiva. Se dijo varias veces, una novela escrita con los fragmentos de Twitter pero, si tenés Twitter, ¿para qué hacer el esfuerzo de meter eso en una novela? Tarde o temprano el arte de la novela va a acusar recibo. Por ahora, solo tenemos una ligera confusión, un poco de sensual mareo.
- ¿A qué aspiras como escritor?
A que me hagan una puta estatua de mármol en un parque o a que le pongan mi nombre a una calle, no hay mejor forma de anonimato en Buenos Aires.
- ¿En qué estás trabajando?
Ya tengo terminados varios libros. Ninguno realmente bueno. Pero todos más o menos legibles. Ahora estoy muy concentrado escribiendo artículos para RevistaPaco.com.ar.
-¿Cómo va la salud del periodismo argentino?
En unos diez años habremos terminado con él definitivamente. El tema es qué haremos después.
- ¿Qué hay después de la muerte? (esta ya te la hice y me contestaste que después de la muerte está Dios, pero era por si habías cambiado de opinión)
Me gustaría, después de muerto, encontrarme con mi padre. Los católicos sabemos que no se puede amar lo que no existe y yo lo sigo amando, así que estoy seguro que por allá debe andar. Pero, como me diría él mismo, no hay porque apurarse, tomemos las cosas con paciencia. Era bueno dando consejos. Que Dios lo bendiga.

 

2 comentarios:

O BichoBola dijo...

Pues la civilización vive al final de la cultura. Cuando la espantosa voz que por estos días tiene el poder de aullar las órdenes exige, con el lenguaje de su impertinente fantasía, que el viajero ex­tienda sus antenas y sondee a la clientela entre nubes de pólvora; cuando, ante lo inaudito, se arranca la he­roica decisión de reclamar los campos de batalla para las hienas, tiene algo de esa franqueza sin consuelo con la que el espíritu de la época se mofa de sus már­tires.

Stertebeker Mantenfel dijo...

...pues leer algunas entrevistas