jueves, febrero 27, 2014

RIZOMA - "Rizoma" (autoeditado)





El otro día me llegó el “In-a-gadda-da-change” de los Bloodloss, esa enfermiza entente que en algún momento, hace dos décadas, unió a Mark Arm (Mudhoney) y a miembros de, entre otros, los brutales Lubricated Goat. El disco, pleno de oscuro ‘cool’ de callejón, me sonó a efectivo pastiche Stooges a primera toma; a la tercera ya estaba claro que estaban igualmente cerca de la narrativa deshilachada y resacosa de uno de los Tom Waits posibles. Un punto intermedio entre ambas bestias pardas para nada descabellado, si se piensa bien; una paladeable indefinición, un misterioso término medio tejido con referencias que cualquiera puede ver pero que termina en un recodo del río que es propio, aunque esté lleno de basura y plásticos y restos mordisqueados de bollería industrial. No siempre hay que inventar, y el Rock&Roll tiene a menudo bastante de cocktelería: un oficio digno, improvisatorio en el que viejos elementos dan lugar a nuevas curdas antológicas.

Unas semanas antes escuchaba a los X en la cocina y pensaba algo similar. La voz gélida pero expresiva, enormemente punk, de Cervenkova debiera haber chocado de frente con las nítidas guitarras rockabilly de Billy Zoom, pero, por alguna razón ignota y no descifrada, no era así: del antinatural apareamiento de dos líneas genéticas teóricamente dispares surgía una música liberadora y expresiva. Cosas del punk, que por eso sigue siendo la música más libre que hay, cuando se entiende como un estado mental de desmañada gracia, de pura vida inyectada a la vena, de comunión entre ideas y entre gentes, y no como un (libro de) estilo más o una forma de hacer prefijada. Maravillas humanas, asilvestradas, incorrectas, defectuosas como clones que salieron mal y huyeron al monte.

Al final, no hay nada que me guste más que todo eso. Esas bandas inesperadas, secundarias, si se quiere, que no obedecen a un uniforme, que te tiran el libro de recetas a la cara y calcinan las tostadas del desayuno creando una fogata primigenia en la que arden la angustia adolescente, la necesidad de amor y de grito, el ruido aún no refinado que genera el mismo ser humano. Ahora son más difíciles de encontrar que hace veinte años, claro, porque cada vez hay más etiquetas y estas son cada vez más especializadas; y se da el mestizaje, pero suele ser un mestizaje frígido, que baraja de manera ordenada y con intención de epatar elementos de géneros diversos ya perfectamente pautados en origen.

En estas discusiones conmigo mismo estamos cuando me escribe alguien de Rizoma, banda madrileña que acaba de editar su primer EP. Lo escucho y me pasa con ellos lo mismo que con los anteriores, salvas todavía las distancias: me libera su sana disfuncionalidad, su coger lo que les da la gana, lo que les gusta, y mezclarlo y a ver qué pasa. De nuevo, los ingredientes no son extraños: hay, esencialmente, punk (de varios tipos), sentido del humor, una montaraz despreocupación por el detalle y toneladas de wha y guitarras expansivas de ascendencia Blue Cheer/Pink Fairies/Stooges que los diferencian y al tiempo los unen a toda una tradición de salvajismo crónico. Sin ir más lejos con los excelentes Thee Boas, con los que toqué hace poco, harían un explosivo doble cartel, aunque en el caso de Rizoma no hay atisbos de raigambre blues, la técnica es más primitiva, y el núcleo, pese al baño tóxico, es más punk de víscera (se puede ver en momentos concretos, como en la recta final de ”The Invasion”): parecen venir de ese 'core’ libre que en alguna época floreció en los EE.UU y al que los putos nirvana y las posteriores toneladas de basura 'hype' dieron supuestamente la puntilla.

Todavía tienen que conseguir, probablemente que la transición y el contraste entre velocidad encabronada y flotes psicóticos funcionen del todo, y rodar hasta compactar su ataque en una pelota de ruido letal. Todavía le queda camino para que la sombra de sus propias referencias confesadas (Mudhoney, Brainbombs, Comets On Fire, Melvins, Oblivians, The Stooges, Black Flag, Blue Cheer…) no sea demasiado alargada, pero en el camino andan, como andamos todos. Por el momento, conmigo han conseguido esa cosa extraña que me pasa con algunas bandas: me gustan casi tanto por sus aciertos como por la desmañada indiferencia con la que pasan por encima de sus propias carencias. Me gustan, sí, sus exabruptos malignos y embrionarios, grabados a capón y con medios limitados, quizá porque eso me permite apreciarlos en toda su crudeza, sin trucos que maquillen el núcleo original de la cosa. Es posible, claro, que con unos medios algo mejores y algo más de tiempo, estos mismos pepinazos pasasen de lo artesanal a lo termonuclear, pero ya así molan, acaso, entre otras cosas, por la evidencia de que ciertos defectos les importan un carajo, de que la expresión y la actitud están por encima de ellos y los harán papilla pronto.

Añádanse unas letras despreocupadas y cachondas, saturadas de humor un tanto absurdo, unos títulos delirantes y una portada hermosa en su simplicidad infantil y freak, y ya tienen una de esas bandas que cosquillean de manera extraña al fondo del paladar. O del cerebro. Su ‘art brut’ punk ruidoso más que ruidista, expresionista y bronco, promete explotar en directo. Como todas las cosas que valen la pena. Y, además, unos tipos que tienen una canción que se llama “Wipers Shirt” no pueden fallar. //GATO PALUG


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