martes, julio 23, 2013

Elegancia y Rock&Roll (y II) - POISON IVY, hielo ardiendo



Yo iba al bar La Plaza, que era un bar tan encantador como condenado. La gente que lo llevaba y que ya lo chapó no me recordará porque aparecía por allí de pascuas a ramos, ya que Lavapiés nunca fue un lugar de paso habitual para mí. Iba porque me gustaba el ambiente: se caía un poco a trozos, el billar estaba ya inutilizado y todo el garito tenía ese aura finalmente abandonada de los lugares donde durante muchos años han pasado demasiadas cosas. Bares oscuros… cada uno que se va me deja un regusto desabrido y vacío. En fin, iba por todo eso, pero también, sobre todo, por aquel cartel enorme de The Cramps que me fascinaba y que reinaba sobre la pared del fondo, ya desvaído, y en el que POISON IVY RORSCHACH, lo más parecido a una diosa que parió nunca el Rock&Roll, empuñaba con gloriosa furia una ametralladora, vestida apenas con un bikini de lentejuelas rojo y un peinado de otra época.
Tengo una debilidad tremenda por Poison Ivy, guitarra y mitad de esa naranja putrefacta y chatarrera que fueron los Cramps, el matrimonio del Rock&Roll por excelencia, una banda que marcó para siempre a unas cuantas generaciones de habitantes de los sótanos. Es, mi querida Ivy, con su gélido encanto impasible de divinidad 'white trash', el perfecto ejemplo de lo que apuntábamos en nuestro anterior post: que la elegancia en el rock&roll y la elegancia en casa de tu madre son cosas distintas. Bellezón delicado, pelirrojo y turbio, agreste dominatrix llegada de otro planeta, era además el contrapeso perfecto, hierático, para la travestida, alienígena furia automutiladora de su marido, LUX INTERIOR, con el que construyó un delicioso sueño freak que duró 37 años, se dice pronto, y que por desgracia ya ha regresado a ese mundo pálido y abisal del que salió expresamente para impartir unas cuantas lecciones de amor y Rock&Roll (en el Rock&Roll el amor también es diferente, sí).
La importancia de los Cramps en la invención de esa entelequia llamada “psichobilly”, reformulación primaria del rockabilly barrenada con actitud punk (explosiva la de él, distante la de ella) es de sobra conocida. Ellos supieron y barnizarlo hasta el corazón con esa cultura trash americana tan rica en magia como en patochadas, y llevarla a un extremo de imposible ‘cool’ en el que probablemente tuvieron su influencia, junto a cientos de músicos ignotos, cineastas como John Waters, Russ Meyer o Ed Wood, psicotrónicos (hermosa palabra) paladines a los que habría que considerar más compañeros de viaje que padres.


Los Cramps, eran, sí, queribles hasta decir basta, pero no sólo eso. Me decía el otro día un amigo que sí los vio una vez en directo, tocando antes de la patética reunión de los Stooges que tuvo lugar hace unos años, que para él “aquello si era peligro de verdad”. Como sabréis, “peligro” es una de las palabras favoritas de los rockeros (junto con “actitud”) cuando se trata de piropear a una banda salvaje. Pero, lo cierto es que está bien escogida: la sensación de “peligro”, de que pueden pasar cosas que no se esperan y que están fuera del guion, la intuición súbita de que la cosa está dejando de ser teatro para pasar a organismo vivo en mutación -de pulcra representación a “happening”- se da pocas veces, y cuando se da, el efecto es enorme; cuando se da, el Rock&Roll parece tener sentido de nuevo. Así, mi amigo me relataba, mientras volvíamos de un bolo, como Interior se había subido a los altavoces, cada vez más alto, y se había jugado el tipo saltando de uno en otro, a buena altura, encaramado en aquellos zapatos de tacón que tan buen juego hacían con sus pantalones de cuero pegados a la piel y con el sudoroso, escuálido torso desnudo de rey de un inframundo tóxico; cómo se había cortado con cristales y revolcado por el sucio suelo y llevado a sí mismo al borde de un precipicio a una edad en la que la mayoría ven la tele en casa en bata y zapatillas. Mientras me lo contaba, yo me imaginaba a Poison Ivy, implacable, hierática, escupiendo con su guitarra Gretsch infrarrifs vudú que, como un hechizo hipnótico, impidieran que su consorte se estrellara desde diez metros de altura como un guiñapo; invocando ese poder del rock and roll de sótano, mercadillo, tacones y antifaz que ellos mismos habían ayudado a inventar durante más de dos décadas.
Por no extenderme cito a un tipo que lo define bien en UNA ENTREVISTA: “what they play is mondo-gonzo dirty blues punk rock’n’roll shot through with the vivid colour, satire and sex of fifties teen culture, stoopid-dumb B-movies, vintage pornography, Vegas Elvis, backwoods rockabilly, sicko sixties garage, iconic burlesque clothing, pink Cadillacs, dirty doings at the eternal American drive-in, Ms Spanks-a-lot Amazonianism, Ed Wood sci-fi and the kind of gratuitous filth that only the most romantic people on the planet can indulge in and understand that the filth is the love, L.U.V. They are The Cramps. And they transcend rock’n’roll because they are a genre of their own”.
Todo cierto.

Y cierto también, en cuanto a estilo, que POISON IVY RORSCHACH es el ejemplo de un tipo de mujer que si no se ha perdido es porque es eterno, pero que se ve ya raramente en nuestro mundo asolado ‘por la moda’, ese elemento que en mi diccionario significa lo mismo que putrefacción: Ivy pertenece a una concepción poderosa de lo femenino, una idea fascinadora, misteriosa y dominante, en la que la mujer es el centro oscuro de las cosas y su pareja funciona más bien como emisario. Ivy era la DIOSA absoluta, e Interior su alado mensajero. Ivy era una fuerza de carácter interior, que podía ir vestida de zorrupia ‘camp’ sin perder un ápice de su poder ni del respeto que cualquiera en su magnética presencia le debía. Lejos, todo esto, de lo común hoy en día, cuando el papel que se otorga a la mujer sexualizada, quiera ella o no, es, básicamente el de puta (dicho sin cariño), y cuando  el papel que ella misma se atribuye, a menudo incapaz de reaccionar ante la avalancha mediática, es exactamente el mismo. Incluso revisando a los grandes orfebres clásicos del mal tono y la ‘exploitation’ sexual, como el citado Russ Meter -que facturó sus más conocidas películas en los setenta, cuando los Cramps estaban por arrancar- lo que encontramos es una visión de la mujer como elemento ultrapotente, imperioso y en cierto modo digno de adoración que casi ha desaparecido. Quizá se podría decir que una de las pocas aportaciones reales de Quentin Tarantino a la cultura occidental ha sido la recuperación parcial de ese enfoque en “Jackie Brown” y, sobre todo, en “Kill Bill”.
Volviendo a la Diosa, quizá la imagen más vívida de todo esto que explico, para mí, que nunca tuve a tiro a la banda, es la que ofrece el vídeo de SU CONCIERTO en el psiquiátrico de Napa (California). Cómo acabaron los Cramps allí, difícilmente distinguibles por momentos del resto de almas perdidas de tan siniestro lugar, es un misterio, pero el documento es absolutamente esencial. Y ahí está Rorschah en todo su pálido fuego, en toda su atómica, displicente, oscura elegancia de tigresa ultraterrena.
Lux Interior está muerto ahora. El bar la Plaza también, y los chavales que llevan con otro nombre el remozado local me contaron que todo lo que había allí, incluido mi adorado cartel, se había tirado a la basura. Me causó más dolor oírlo que una pérdida humana. Hubiese pagado por él más de lo que valía, sólo por tener a la Diosa frente a mí cada mañana. Poison Ivy, con su leyenda a cuestas, sigue viva, aunque retirada del negocio y del inframundo en los que reinó con malsana aura de dominatrix durante tanto tiempo. Me gustaría imaginármela como una abuela aguda, estrafalaria y aún elegante, pero sé que no tuvo hijos, siquiera. Aparte del mismo Rock&Roll.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

La criatura más sexy del r&r.