miércoles, octubre 12, 2011

TODOS QUIEREN SER EL DANDI OSCURO (Un apunte)

Todos quieren ser el dandi oscuro (en este lado de Berlín)



Iba a titular así mi crónica de Los Cuantos y de Tom Bennet, pero al final me salió algo menos derivativo y me guardé la frase en la chaqueta. Estaba yo en el Nasti (Astoria, llámale como quieras, sigue siendo el mismo antro), y estaba al fondo, y la luz era roja, o quizá azul, y aún no había apenas gente (luego se llenó un poco): Todo tenía esa desolada calidad fotográfica que me hizo pensar en el Wim Wenders de Berlín. En algunas habitaciones de David Lynch, también. Sabéis lo que os digo, ¿verdad? Claro que lo sabéis. Porque vosotros también queréis ser dandies oscuros. Oh, sí. Y en el Madrid underground, diríase que en la España subterránea entera, y quizá más allá (al cabo, es heredado) ese patrón está relativamente claro, aunque muchos se den el batacazo al intentar recortarlo en casa, frente al espejo.

Allí estaba Tom, Tom Bennet, a punto de marcarse un bolo explosivo, sostenido sobre teclados y exultantes líneas de bajo pregrabadas y, ante todo, sobre una capacidad teatral impostada (al cabo es teatral) pero notable y fuera de la norma (¿O está dentro de la norma? Quizá, pero ¿Qué norma? Ah, sí, la de los dandies oscuros). Y el caso es que veía también por allí a algunos de los Cuantos, que como Bennet, cultivan esa hipodérmica apariencia de niños bien terminados en gentilhombres de sótano. Unos con indudable naturalidad, otros con desastrado empeño (el batería no, pero es que los batacas van a los suyo, bien que hacen). Y entonces pensaba en mis queridos Gallon Drunk, que siempre llevaron ese porte también, por línea intravenosa Nick Cave. Y supuse que antes estaban otros que no recuerdo, y antes otros, y así hacia atrás sobre la escalera de ángeles caídos fingidos y reales que termina (es decir, empieza) con quien todos, pequeños míos, sabéis.

Ah, el look luciferino. Los jevis, claro está, no entendieron nada nunca. Por suerte o por desgracia alguno que otro por la sala (y en mi mundo) se había leído a Shakespeare y sabía que el señor de las tinieblas es un caballero. La imagen, al cabo, dice siempre muchas más cosas de las que uno querría concederle. Parecía aquello una competición, en efecto, para ver quien se llevaba el título de Mr. Mefistófeles del barrio de Maravillas, y cada uno se habrá ido a casa con la imagen de su ganador particular en la retina o -suerte y desgracia de la noche- con su ganador del brazo y hasta la oscuridad del catre.

Y, al hilo de Wenders y los ángeles y las salas de conciertos un poco desoladas con chicos y chicas guapas vagando en frío, se me ocurría también que por fin habíamos conseguido ser Berlín, con algo menos de treinta años de retraso y aunque fuera apenas un momento. Un momento prolongado, esta vez, por dos conciertos esenciales. Un momento que acaso fuera poco más que mi momento mental.

Eche de menos a Rowland S. Howard. Y a Nikki también, que no podría haber sido Mefistófeles de puro bueno y porque retenía líquidos, pero que daba muy bien en las fotos, con ese nosequé Oscar Wilde. Por suerte no fueron los dos únicos borrachos angélicos de este mundo y encontré unos cuantos por allí para acabar a las tantas, jugando al futbolín, gananado, convencido como estoy, claro (todos lo estamos) de que aquí el único dandi oscuro soy yo. Aquí, en este lado de Berlín que llaman Madrid.

(Otro día, con más tiempo, me extenderé sobre este bonito tema. Saludos a todos los de la congregación)

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