jueves, marzo 25, 2010

LOS RESTOS DEL NAUFRAGIO (II)

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Dejar pasar la luz (sobre Álvaro Cunqueiro)

Leyendo, de noche, al Cunqueiro articulista -el amoroso y amistoso recuento de cosas cotidianas con el que entrelaza su sarta de fantasías desbocadas y eruditas- recuerdo los muchos viajes que, de más joven, hice en autobús y en tren, entre Galicia y Madrid. A veces para encontrarme con la capital que me parecía aún repleta de diversiones y misterios. Otras para reencontrarme con la tierra madre a la que, como pasa con los parientes demasiado cercanos, siempre, le iba recuperando el respeto y el amor a medida que avanzaba mi vida misma. Había en esos viajes multitud de encuentros curiosos con gentes de mi siglo o de otros anteriores, postales increibles desde una España nocturna de fugaces cenadores y gasolineras, e inacabables reflexiones de chaval en soledad, pues el viaje era largo. Visiones que me han ido conformando como soy. He dejado, sin embargo, que se desvanezcan todas ellas en el recuerdo, y cuando trato de recuperarlas para mis escritos, me vienen (los lugares, las gentes, las abigarradas conversaciones a media voz mientras el pasaje duerme) inevitablemente poetizadas en clave simbólica y leve; lírica, pero carente de la médula que, cuando sucedieron, las hacía humanas.

En los artículos semanales de Cunqueiro para revistas varias, en cambio, pese a lo manierista y recargado, todo está vivo: el fuego arde, y en él se puede uno calentar las manos, junto al autor y a Ulises, y a algún perro de caza, mientras el viento zoa sus palabras en el exterior, sobre la casa de piedra. El mar es una fuerza inmensa, una presencia eterna, que bate contra orillas reales -sean estas las que conoces por sus nombres o sean inventadas-. Casi se diría que incluso ese rodaballo, de cuya genealogía se ocupa igual que de su cocinado, se pudiese paladear, en una improvisada playa mental, junto a la ría calmada, y que el vino, al final de jornada, pasase por la garganta rudo, algo afiebrado, en una perfectamente vívida noche de piratas y de soledad.

Sea este uno de los contados milagros del periodismo, cuando el que lo trabaja es un gran escritor (y Cunqueiro es uno de los grandes españoles del siglo XX. Gallegos, ni que decir tiene): otorgar a quien posee una visión transformadora y profunda de la vida la necesaria disciplina semanal y el bendito sentido -aquí rociado de misterio y calidez- de la cotidianeidad.

Me gustaría haber podido, como él, haber sabido, como él, parir cada siete días estos destilados de magia blanca, leyenda contada junto al fuego, reflexión entre amigos y añorante poesía del tiempo, pero, al menos en lo que respecta a mi juventud, la oportunidad pasó. He de conformarme ahora con bailar en el cedazo unos restos que, aún así, arrojan de cuando en cuando pepitas de luz.

Los blogs, esa herramienta tan denostada y a la que yo mismo me acerqué con cierto reparo, han abolido en parte este problema, igual que lo hubiese hecho, en su momento, una disciplina más sabia que, claro, nunca es exigible a un adolescente. Puedo ahora consignar mis peripecias por esa España aural -aquellas que parezcan tener algún relieve- y darles forma mientras su calor las hace aún humanamente dúctiles y no ya poéticamente pétreas. Y además -gloria y miseria, soberbia y humildad de la profesión- puedo fingir ante mí mismo que creo que alguien las lee.

Así pues, y dado que este cuaderno se refiere principalmente al Rock&Roll, es decir, a lo que a uno le plazca según el día, amenazo con una serie de artículos galaicos e itinerantes y otra de hispánicas reflexiones de exilio, calentadas ambas por el fulgor de esas gentes, de su siglo o de otros anteriores, a las que sigo encontrándo en bares y viajes, en mesones y trabajos, en camas y en sueños; en los libros y en el licor.

Cuando se cansen de mis desvaríos, como delicioso purgante y antídoto siempre pueden tomar entre sus manos los algo desconocidos "Fábulas y Leyendas de La Mar" y "Tesoros y Otras Magias" (ambos en Tusquets) y comprobar como es el oficio este cuando se ejecuta en todo su recogido esplendor.

Nada mejor contra el zafio martilleo diario de palabrejas que nada descubren y las bravatas ensimismadas, incapaces de eso en que Cunqueiro era maestro: Dejar pasar la luz.// LUIS BOULLOSA

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aprendi mucho