lunes, febrero 09, 2009

STEVE WYNN (Sala El Sol, Madrid)



El problema que tiene ser grande (o muy grande, pero tampoco hay que exagerar) es que se te compara contigo mismo, o mejor dicho, con aquello que fuiste. Cada nuevo asalto ha de ser resuelto al menos con igual brillantez que el anterior y, si se puede, con más. De lo contrario se corre el riesgo de que el receptor se sienta estafado. Así, un grupo normalillo en crecimiento te puede dejar con buen sabor de boca, mientras que un artista magnífico, con historial impecable y capacidad para el riesgo, te puede decepcionar a poco que él mismo baje el listón de autoexigencia. Y eso pasó con Wynn en su última comparecencia en El Sol. Me decía un colega, al acabar, que era la primera vez en su vida que salía de un concierto del hombre de los milagros sin la sensación de haber asistido a algo acojonante. Y ahí, bajo esa subjetividad inevitable, de poco vale reconocer que la cosa ha estado objetivamente bien, correcta, porque la sensación de pérdida y de vacío es superior a lo racional. Por la misma regla de tres, los que fuesen vírgenes en el asunto o simplemente sufran de esa extendida enfermedad de fan que infecta a demasiados críticos (el amor incondicional) habrán salido con una sonrisa plena que tampoco hace verdadera justicia a la situación. Por mi parte, soy más de los primeros. Los tres últimos bolos que le había visto a Wynn habían sido arrolladores. En concreto, su concierto abriendo para Jayhawks en la sala Arena (ahora heineken) en 2001, cuando barrió del mapa a los supuestos cabeza de cartel, pese a que estos facturaron un concierto más que bueno (aunque espantosamente largo). Lo entrevisté, en aquella ocasión, para un fanzine que nunca llegó a salir, y en un momento de la charla (es un tipo ENCANTADOR), me dijo que le encantaban los Hüsker Dü y que el consideraba lo que había hecho con Dream Syndicate como “psychedelic hardcore” (hardcore psicodélico). “verás algo de eso esta noche”, me advirtió. Y vaya si lo vi. No me dedicaba a la crítica en esa época feliz, así que no queda nada escrito de mi percepción de entonces, pero el show permanece grabado en mi mente como uno de los más intensos que recuerdo. Pura comunicación estallando, chisporroteante, entre las manos de una banda que iba al nucleo del rock americano sin concesiones melífluas ni pretendidas auras de artista. Sencillamente brutal. Comparar aquello con lo del otro día es como preferir el te tibio al bourbon de Tennesee. Una opción pusilánime. Un consuelo forzado. Una estupidez. Lo cierto es que, rebajando expectativas, la cosa fue decente. Cuando abordó temas de su nuevo disco “Crossing Dragon Bridge”, la formación -Contrabajo/bajo eléctrico, violín, batería, guitarra y teclados a cargo de Chris Cacavas, que también tomaba ocasionalmente una segunda guitarra- funcionaba relativamente bien. No había excesiva mordiente, pero es cierto que el tipo de composiciones exije un tono más meditativo y menos eléctrico. El problema venía en los momentos en que la evolución del concierto requería que las canciones no sólo crecieran, sino que desbordaran sus propios límites. Ese ha sido siempre la extraña magia de Wynn: conseguir que unos temas que en disco son correctos o buenos adquieran en directo, progresivamente y después de un rato de calentamiento, un empaque muy superior al que se les supone. Es difícil de explicar cómo lo hace, pero yo doy fe de que lo hace y de que entonces, un artista aparentemente menor como él trasciende y entra en otro reino, inesperado y cautivador, con una inédita capacidad para conectar con su propio público. No pasó esto en El Sol, por desgracia, y una de las explicaciones, aunque pueda parecer excesivamente sencilla, es la de que un violín es un instrumento válido, según para que cosas, pero jamás podrá suplir a una guitarra eléctrica cuando se trata de facturar rock expansivo y encabritado, que al cabo es la baza ganadora de Wynn. Otras razones pueden ser una duración normal para un concierto, pero corta para aquello a lo que nos había acostumbrado (hora y media, aproximadamente) y una actitud en absoluto desganada, pero lejos de la optimista y contagiosa hiperactividad de antaño. Sonó a toma de contacto, a rodaje, a prueba, aunque sonase indudablemente bien. Y dejó un poso agridulce, por mucho que los temas nuevos, con un eco más centroeuropeo que americano, den la talla (me gustaron especialmente la limpia “Bring the Magic”, “Punching Holes in the Sky”, que hizo a duo con el del violín, y ese “Manhattan Faultline” que hubiera firmado el Reed de New York o Magic&Loss) y que los clásicos aportados con cuentagotas (“Medicine Show”. “Days of Wine and Roses”, “Boston”, favorita de la casa), sean temazos que funcionan siempre. Nos debe una. Aunque es cierto que nosotros le debemos todavía muchas, muchas más. Hasta la póxima, Steve.// Luis Boullosa

Y como para gustos hay colores, he aquí una opinión de peso sobre el mismo evento: Mr. Manuel Beteta

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