lunes, febrero 11, 2008

DROGA, PISTOLAS Y POLVOS CALLEJEROS (On Halo of Flies)


Asombroso, instructivo trabajo, deslizarse de pronto hacia el pasado cuando uno lleva un buen tiempo en el presente, sumergido en el marasmo diario, es decir, perdiendo perspectiva. Volver a los Halo Of Flies (El grupo de Tom Hazelmeyer, capo del imprescindible sello Amphetamine Reptile, ex marine, guitarrista violento y poliédrico, magnífico ejecutor de puñaladas al bajo vientre con navaja oxidada en forma de canción)nos retorna a una serie de afirmaciones generales que es preciso no olvidar - Como que es perfectamente posible que un trabajo brillante y de singular intensidad pase desapercibido en su momento y no merezca, después, ni una breve mirada retrospectiva por parte de la crítica, una llamada de atención que lo devuelva, así sea por unos segundos en la retina del lector de provincias, al lugar de privilegio que en su momento hubiese debido tener. El olvido, en fin, tan cierto como los sueldos de miseria en España o la endémica dificultad para la comunicación entre individuos de sexo opuesto. Vistos desde ahora (es relativamente fácil encontrar el recopilatorio Music for Insect Minds, que revisa con tino su fugaz carrera de siete pulgadas, splits y otra cacharrería variada), la cirujía de los Halo brilla con toda la tensa ferocidad que el punk nunca debio haber perdido. Ese encabritamiento terminal que les lleva a rociar sus propias canciones con gasolina y hacerlas arder en una pira tóxica donde se disuelven plástico, chatarra industrial y latas de cerveza (vacías, se entiende). Pero da testimonio, también, de ese prodigioso espacio mental-temporal que en los últimos ochenta y primeros noventa permitió que el hardcoire mutase libremente y alumbrase una generación de bandas de marcadísima personalidad, que eludían lo clónico con desafiante entereza. Así, igual que los Dü, los REM, los Minutemen, los Meat puppets o los Jesus Lizard, Halo Of Flies no se parecían a nadie más que a sí mismos. Por muchas comparaciones que fuesen pertinentes, sólo se los podía medir, al cabo, por comparación con su propia alzada dentro del entorno. Los de Hazelmeyer exudan ese vaho aural y urgente de los hechos únicos y los accidentes gloriosos. Una música mitad tripas y mitad cerebro, mutación en mosca fuzz de un ex marine borracho, ruidista, eructada expresamente para tocar las pelotas porque sñi, pero, pese a todo, dotada con una admirable capacidad para mantener un pulso tenso y cromado que se pega a la canción como un guante de Napalm. Una factoría de ira desatada en incursiones de infantería ligera y poco dada a tomar prisioneros. Turbulentos raids de castigo desde las catacumbas de la baja cultura, contrapelados exabruptos grabados sin medios ni tiempo pero que se devoran al noventa por ciento de la macarrada actual sin pestañear. Buscar bandas actuales de su envergadura no es, por supuesto, imposible -se me vienen a la cabeza los brutales Federation X-, y algunos de sus coetáneos siguen en envidiable forma, pero es justo sacarlos de nuevo a la luz, no ya como rareza menor, sino como combo de primer orden sin nada que envidiar a grupos comparables por violencia y visión. Hazelmeyer se centró, tras disolver la banda, en regir los deptinos de su sello. Y AmRep sacó a la calle algunos de los discos más necesarios de la música underground americana de su tiempo. Gracias chaval.

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